sábado, 28 de septiembre de 2013

Sábado Mariano: el Mensaje de Fátima

A las puertas de octubre, Mes del Santo Rosario, traemos este sábado, para una lectura meditada y serena, el conocido discurso pronunciado por el Padre Marcel Nault en la Conferencia Mundial de Paz de Obispos Católicos, en Fátima, Portugal, en el año 1992. Este discurso causó tal impacto que después de la conferencia, algunos Obispos pidieron al Padre Nault que escuchara sus confesiones.
Nuestro Señor Jesucristo vino a la tierra por un motivo, para salvar a las almas del Infierno. Enseñar la realidad del Infierno es la tarea más importante e ineludible de la Santa Iglesia Católica. Uno de los grandes Padres de la Iglesia, San Juan Crisóstomo, continuamente enseñaba que Nuestro Señor Jesucristo predicaba con más frecuencia sobre el Infierno que sobre el Cielo. Algunos piensan que es mejor predicar sobre el Cielo. No estoy en acuerdo. Predicar sobre el Infierno produce muchas más y mejores conversiones que las obtenidas con la mera predicación sobre el Cielo.
San Benito, el fundador de los Benedictinos, al estar viviendo en Roma el Espíritu Santo le dijo: “Tú vas a perder tu alma en Roma e irás al Infierno”. Él dejó Roma y se retiró a vivir en el silencio y la solicitud fuera de Roma para meditar sobre la vida de Jesús y el Santo Evangelio. San Benito huyó de todas esas ocasiones de pecado de la Roma pagana. Él oró, se sacrificó por sí mismo y por los pecadores. El Espíritu Santo difundió la noticia de su santidad. Como resultado, la gente lo visitaba para ver, escuchar y seguir su ejemplo y consejo. San Benito se apartó por sí mismo de toda ocasión de pecado y alcanzó la santidad. La Santidad atrae a las almas.
¿Por qué piensan que San Agustín cambió su vida? ¡Por temor al Infierno! Yo predico con frecuencia sobre la trágica realidad del Infierno. Es un dogma católico que sacerdotes y obispos ya no predican más. El Papa Pío IX, que pronunció los dogmas de la Infalibilidad del Papa y el de la Inmaculada Concepción de María, y que también emitió su famoso Sílabo condenatorio contra los errores y herejías del mundo moderno, solía pedir a los predicadores que enseñaran a los fieles con mayor frecuencia sobre las Cuatro Postrimerías, en especial sobre el Infierno, así como él mismo daba ejemplo predicando. El Papa pidió esto porque la meditación sobre el Infierno genera santos.
Los santos temen al Infierno
Aquí nos encontramos con algo curioso, los santos temen ir al Infierno pero los pecadores no sienten tal temor. San Francisco de Sales, San Alfonso María Liguorio, el Santo Cura de Ars, Santa Teresa de Ávila, Santa Teresita del Niño Jesús, tuvieron miedo de ir al Infierno. San Simón Stock, el Superior General del Carmelo, sabía que sus monjes tenían miedo de ir al Infierno. Sus monjes ayunaban y hacían oración. Vivían recluidos, separados del peligroso mundo dominado por Satanás. Aún así tenían miedo de ir al Infierno. En 1251, Nuestra Señora del Monte Carmelo se apareció en Aylesford, Inglaterra, a San Simón Stock. Ella le dijo: “No teman más, te entrego una vestidura especial; todo el que muera llevando esta vestidura no irá al Infierno”. Yo llevo puesto mi Escapulario del Carmen bajo mis vestiduras y llevo otro en mi bolsillo porque nunca sé cuándo la gente me pedirá que les hable sobre el Infierno o el Escapulario del Carmen. María dijo al sacerdote dominico, el beato Alán de la Roche, “Yo vendré y salvaré al mundo a través de Mi Rosario y Mi Escapulario”. Uno no puede especializarse en todo y enseñar sobre todo; uno debe elegir. Yo creo que ésta es la voluntad de Dios: que yo predique sobre el Infierno. Un Moseñor, mi superior hace tiempo, me dijo en una ocasión: “Predicas con demasiada frecuencia sobre el Infierno y eso asusta a la gente”. Él agregó: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el Infierno, porque a la gente no le gusta. Tú los asustas”. En un tono muy amistoso, Monseñor me dijo en su oficina: “Marcel, yo nunca he predicado sobre el Infierno y nunca lo haré, y mira qué agradable y prestigiada posición he alcanzado”. Yo guardé un largo silencio, luego lo mire a los ojos. “Monseñor”, le dije, “usted está en la vía del Infierno para toda la eternidad. Monseñor, usted predica para complacer al hombre, en lugar de predicar para complacer a Cristo y salvar a las almas del Infierno. Monseñor, es un pecado mortal de omisión el rehusarse a enseñar el Dogma Católico sobre el Infierno”. Cuando Dios envió Profetas en el Antiguo Testamento, fue para recordarle al hombre que regresara a la verdad, que regresara a la santidad. Jesús vino, predicó y envió a sus Apóstoles al mundo para predicar el Santo Evangelio. La Serpiente vino y difundió su veneno a través de herejías, pero Jesús envió a su Amadísima Madre, la Reina de los Profetas: “Ve a la tierra y destruye las herejías”. Los Padres de la Iglesia han escrito que la Madre de Dios es el martillo de las herejías. Si se toman el tiempo de estudiar con gran atención el mensaje de Nuestra Señora de Fátima, notarán que es un mensaje de lo más trágico y profundo, que refleja las enseñanzas del Santo Evangelio.
Las Lecciones dadas en Fátima
El resumen del Mensaje de Fátima es, que el Infierno existe. Que el Infierno es eterno y que iremos ahí si morimos en estado de pecado mortal. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?” Nuestra Señora vino y nos dijo que podemos salvarnos a través de sus dos divinos sacramentos de predestinación: el Santo Rosario y el Escapulario del Carmen. También manifiesta un énfasis especial sobre la Devoción a su Inmaculado Corazón y la Devoción de los Primeros Cinco Sábados. En la primera aparición del Ángel de Portugal en el Cabeco, en mayo de 1916, el Ángel vino a los tres niños y les mostró cómo adorar a Dios con la oración: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y Te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni adoran, ni esperan y no Te aman”. El Ángel oró esta oración mientras se postraba con la frente en el suelo. El Ángel de Fátima les había mostrado a los tres niños en el orden de las oraciones, qué es lo primero. Primero, uno debe adorar a Dios y después orar a los santos. Primero Dios, las criaturas después. El Ángel de Fátima mostró al hombre que debe adorar a Dios y orar ante Él de rodillas. Cuanto más conoce el hombre a Dios, más se humilla ante Dios su Creador.
El gran Obispo francés Bossuet dijo: “El hombre en verdad se engrandece cuando está de rodillas”. Sí, el hombre realmente se engrandece cuando se arrodilla ante su Creador y Redentor, Jesús, en el Santísimo Sacramento. El Ángel de Fátima vino a enseñarles a los tres niños que nuestro primer deber, de acuerdo con el Primer Mandamiento, es adorar a Dios. En su tercera aparición en el Cabeco, el Ángel de Portugal vino con un Cáliz en su mano izquierda y una Hostia en la mano derecha. Los niños se preguntaban qué estaba pasando. El Ángel milagrosamente suspendió el Cáliz y la Hostia en el aire y se postró en tierra y recitó una oración Trinitaria de profunda adoración: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Te adoro profundamente y Te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de todas las ofensas, sacrilegios, abandonos e indiferencias con Él mismo es ofendido y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y por la intercesión del Inmaculado Corazón de María, Te pido la conversión de los pobres pecadores”.
Dios desea que Le adoremos de rodillas. ¿Nos arrodillamos en adoración y oración ante Jesús en el Santísimo Sacramento? Debemos hacerlo. Cuando los tres Reyes Magos de Oriente fueron a Belén y entraron en donde estaba el Niño Jesús, se postraron frente a Él para adorarlo de rodillas. Tenemos este ejemplo en las Escrituras y del Ángel de Fátima, que Dios quiere que Le adoremos de rodillas.
El Reforzamiento de los Dogmas Católicos
Un año más tarde, el 13 de mayo de 1917, los niños vieron a una jovencita aparecerse ante ellos. Era la primera aparición de Nuestra Señora. Lucía le preguntó: “¿De dónde vienes?” Ella le contestó: “Vengo del Cielo”. El Dogma Católico de la existencia del Cielo. Los niños preguntaron: “¿Iremos al Cielo?” Ella contestó: “Sí, irán al Cielo”. Entonces preguntaron: “¿Nuestras dos amiguitas están en el Cielo?” María les contestó: “Una de ellas, sí”. Los niños preguntaron: “¿Dónde está la otra chica? ¿Está en el Cielo?” María les contestó: “Ella está en el Purgatorio y lo estará hasta el fin del mundo”. Esta chica tenía unos 18 años de edad. Un segundo Dogma Católico, el Purgatorio existe y prevalecerá hasta el fin de este mundo. La Madre de Dios no puede mentir. El Ángel de Fátima enseñó a los tres niños cómo adorar a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Este es un reforzamiento del Dogma de la Santísima Trinidad, el mayor de todos, sin el cual la Cristiandad no podría permanecer. Debemos adorar a las Tres personas de la Santísima Trinidad.
Una Visión del Infierno
El viernes 13 de julio de 1917, Nuestra Señora se apareció en Fátima y les habló a los tres pequeños videntes. Nuestra Señora nunca sonrió. ¿Cómo podía sonreír, si en ese día les iba a dar a los niños la visión del Infierno? Ella dijo: “Oren, oren mucho porque muchas almas se van al Infierno”. Nuestra Señora extendió sus manos y de repente los niños vieron un agujero en el suelo. Ese agujero, decía Lucía, era como un mar de fuego en el que se veían almas con forma humana, hombres y mujeres, consumiéndose en el fuego, gritando y llorando desconsoladamente. Lucía decía que los demonios tenían un aspecto horrible como de animales desconocidos. Los niños estaban tan horrorizados que Lucía gritó. Ella estaba tan atemorizada que pensó que moriría. María dijo a los niños: “Ustedes han visto el Infierno a donde los pecadores van cuando no se arrepienten”.
Un Dogma Católico más, la existencia del Infierno. El Infierno es eterno. Nuestra Señora dijo: “Cada vez que recen el Rosario, digan después de cada década: Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia”. María vino a Fátima como profeta del Altísimo para salvar a las almas del Infierno. El patrono de todos los pastores, San Juan María Vianney, solía predicar que el mayor acto de caridad hacia el prójimo era salvar su alma del Infierno. Y el segundo acto de caridad es el aliviar y librar a las almas de los sufrimientos del Purgatorio. Un día en su pequeña iglesia (donde hasta este día se conserva su cuerpo incorrupto), un hombre poseído por el demonio se le acercó a San Juan María Vianney y le dijo: “Te odio, te odio porque arrebataste de mis manos a 85 mil almas”. Eminencias, Excelencias, Sacerdotes, cuando seamos juzgados por Jesús, Jesús nos hará una sola pregunta: “Yo te constituí Sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, ¿cuántas almas salvaste del Infierno? San Francisco de Sales, de acuerdo con estadísticas, ha convertido, y probablemente salvado, a más de 75 mil herejes. ¿Cuántas almas has salvado tú? Cuando leemos a los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos, uno se estremece ante una realidad: todos ellos enseñaron el Evangelio de Jesús y sobre las Cuatro Postrimerías: Muerte, Juicio, Infierno y Paraíso. Todos han predicado el Dogma Católico del Infierno porque cuando meditamos en el destino de los condenados, no deseamos ir al Infierno. No es mi intención criticar a los Obispos, pero debo confesar esta verdad. En mis 30 años de sacerdocio, es triste reconocer que nunca he visto, ni escuchado, que un Obispo, aún mi Obispo o cualquier otro Obispo, predique el Dogma de la Iglesia Católica Romana sobre el Infierno. Supongo que en sus países o en otros lugares sí lo hacen, pero en Norteamérica no es predicado este Dogma de Fe. Cierto día en una catedral le dije a un Obispo: “Su Excelencia, usted realiza bellas meditaciones sobre el Santo Rosario cada noche por la radio. Esto es hermoso. Pero debo preguntarle, por qué no abrevia un poco su meditación e inserta después de cada decena del Rosario la oración: ‘Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia’. ¿Por qué se rehúsa decir esta pequeña oración después de cada decena, tal como lo pidió Nuestra Señora de Fátima el 13 de julio de 1917, después de que les había mostrado el Infierno a los tres videntes?” El Obispo me dijo: “Mire, a la gente no le gusta que prediquemos sobre el Infierno, la palabra Infierno les asusta.” No estamos para predicar lo que complazca a las multitudes sino para salvar sus almas del Infierno, para evitar que vayan al Infierno eternamente. Es probable que esta afirmación no sea aceptada por todos los Obispos pero con frecuencia los oigo rezar el Rosario omitiendo esta oración piadosa para salvar almas del Infierno. Yo creo que esta pequeña oración de Nuestra Señora de Fátima dada a los niños el 13 de julio de 1917, es más poderosa y más placentera a Dios que cualquier meditación por bella que sea, aunque haya sido expresada por un Obispo. Cada uno de nosotros hemos recibido nuestra misión de Dios, y creo que Jesús y Nuestra Señora desean que mi misión sea que yo predique sobre el Infierno. Por esto es que predico sobre el Infierno. Hay muchas revelaciones que podemos leer en la biografía de las almas privilegiadas. Algunas almas que están en el Infierno han sido obligadas por Dios a hablarnos para ayudarnos a crecer en nuestra fe. Constituye un pecado mortal de omisión el rehusarse a predicar el Dogma Católico sobre el Infierno. Tales almas condenadas han dicho:”Podríamos soportar estar en el Infierno por mil años. Podríamos soportar estar en el Infierno un millón de años, si supiéramos que un día dejaríamos el Infierno”. Amigos míos, debemos meditar, no sólo en el fuego del Infierno, no sólo en la privación de contemplación de Dios, sino también en la eternidad del Infierno. Meditar seriamente frente al Sagrario sobre el Dogma Católico sobre el Infierno. Queridos Obispos, ustedes deben predicar por completo el Evangelio de Jesús, incluyendo la trágica realidad del Infierno eterno.
Concepto Herético de la Misericordia de Dios
Un sacerdote en una conferencia carismática dijo a una multitud de unas 3 mil personas y unos 100 sacerdotes que: “Dios es amor, Dios es misericordia y verán su infinita Misericordia en el fin del mundo, cuando Jesús liberará a todas las almas del Infierno, aún a los demonios”. Este sacerdote sigue predicando y su Obispo no suspende sus facultades por enseñar tal herejía. “Vayan al fuego eterno”, dijo Jesús. Fuego eterno, no fuego temporal. Con mi limitada inteligencia humana me atrevo a hacer una pequeña reflexión filosófica: “Dios es amor. Dios es Nuestro Padre. ¿Cómo puede un padre, ¡por amor de Dios!, tomar al pequeño Pedro y arrojarlo a un horno ardiente? Es imposible. Es un insulto a Dios, que Es amor”. ¿Cuántas veces han escuchado esto? La verdad, sin embargo, es que el Infierno existe. El Infierno es eterno, y todos iremos al Infierno si morimos en estado de pecado mortal. Yo puedo ir al Infierno. Ustedes pueden ir al Infierno. Si algunos de nosotros morimos en pecado mortal, estaremos en el Infierno por toda la eternidad, ardiendo, llorando y gritando sin consuelo. No por un millón de años, sino por billones y billones y billones de años y más allá, por toda la eternidad. En nuestra vida mortal, ¿quién no ha cometido un pecado mortal? Un solo pecado mortal no confesado con arrepentimiento, antes de morir, es suficiente para que Jesús nos arroje al Infierno. Uno de los grandes Padres de la Iglesia, Patrón de todos los predicadores católicos, San Juan Crisóstomo dijo: “Pocos Obispos se salvan y muchos sacerdotes se condenan”. Cuando venía de Lisboa a Fátima por autobús, tuve la ocasión de predicar a los laicos, sacerdotes y obispos presentes en el autobús. Les imploré: “Por favor, cuando lleguen a Fátima, por qué no se animan a hacer una buena confesión general de vida. Quizás hace diez años, quizás hace cincuenta, no han tenido el valor de confesar ese pecado grave por vergüenza. Por favor, hagan una confesión santa y completa en Fátima antes de su regreso. Hay muchos sacerdotes en Fátima que nunca más volverán a ver hasta que lleguen al Cielo”. Yo predico a los Obispos como lo hago con toda persona, porque los Obispos también tienen un alma que salvar. Y si los Obispos son realmente humildes, aceptarán la verdad aún si proviene de un simple y ordinario sacerdote. No nos vayamos de Fátima sin hacer una Santa Confesión General.
Un Gran Acto de Caridad
Sus Excelencias, Jesús nos hizo sacerdotes. Jesús, Nuestro Señor, nos escogió entre millones de hombres para hacernos sacerdotes. Nos hicimos sacerdotes por un motivo: para ofrecer el Santo Sacrificio de la Misa a Dios Padre Todopoderoso, para rezar el Breviario cada día y para predicar el Evangelio de Jesús para salvar las almas del Infierno. Nadie tiene la seguridad de ir al Cielo a menos que haya recibido una revelación privada de Dios como le ocurrió al Buen Ladrón en la cruz o a los tres videntes de Fátima. ¿Por qué no abrazar los medios seguros que el Cielo nos ha dado, el Santo Rosario (“la devoción a Mi Rosario es un signo seguro de predestinación”), el Escapulario del Carmen y el maravilloso Sacramento de la Confesión.
Prediquen, mis queridos Obispos, como los hacían los Padres de la Iglesia. La tarea principal de un Obispo es predicar, no sólo administrar una diócesis. La Iglesia necesita ver y escuchar a los Obispos predicando como lo hacían los Padres de la Iglesia. Si uno solo de ustedes, Obispos presentes aquí en Fátima, regresara a su diócesis y en ciertas ocasiones predicara sobre las Cuatro Postrimerías junto con todo el mensaje de Fátima, qué gran acto de caridad sería para todos sus amados fieles. Con la asistencia del Espíritu Santo digan a sus fieles: “Escuchen, mis hermanos en Cristo, yo soy su Obispo, estoy aquí para salvar su alma del Infierno. Por favor escuchen, acepten y mediten mi enseñanza en este día. Ustedes también, mis amados sacerdotes de mi diócesis, imiten a su Obispo, y prediquen sobre el Infierno con la autoridad que Jesús les ha dado. Prediquen cuanto menos una vez al año un sermón completo sobre el Infierno”. Si hacen esto, están realizando el mayor acto de caridad de su sacerdocio, de su episcopado. Como mencioné anteriormente, en mis treinta años de sacerdocio, nunca he escuchado a un Obispo predicar sobre el Infierno. Cuando deseo encontrar un sermón sobre el Infierno, me veo obligado a leer a San Juan Crisóstomo, a los Padres de la Iglesia, a los Doctores de la Iglesia y a los santos predicadores. Queridos Obispos, por favor, prediquen sobre el Infierno como lo hizo Jesús, Nuestra Señora de Fátima, los Padres y los Doctores de la Iglesia y salvarán a muchas almas. Quien salva a un alma, salva a su propia alma. Predicar sobre el Infierno es un gran acto de caridad porque quienes los escuchan creerán por la autoridad que les confiere la Iglesia. Estas personas rectificarán su modo de vivir y harán una santa confesión de sus pecados.
El Vestido de Gracia
La gente con frecuencia me pregunta: “¿Por qué, Padre, es que ya no se predica sobre el Escapulario del Carmen? En el pasado recibíamos el Escapulario en nuestra Primera Comunión, pero ahora ya no hay más bendiciones e imposiciones del Escapulario del Carmen. ¿El Escapulario del Carmen sigue siendo válido como en el pasado?” Sí, el Escapulario del Carmen es válido en estos tiempos también, esta verdad no ha cambiado. El sábado 13 de octubre de 1917, durante el Milagro del Sol en Fátima, la Virgen María apareció ante los tres videntes sosteniendo el Escapulario del Carmen en una de sus manos. La hermana Sor Lucía dijo: “El Rosario y el Escapulario del Carmen son inseparables”. ¿Por qué entonces los sacerdotes ya no predican sobre el Escapulario del Carmen? ¿Cómo podrían hacerlo si deliberadamente rehúsan predicar sobre el Infierno? Si nunca predican sobre el Infierno, la gente no creerá en el Infierno y por tal motivo, ¿cuál sería el objeto de recibir y llevar consigo el Escapulario del Carmen?
Jesús dijo: “Si tienen fe, moverán montañas”. Si tienen fe, convertirán las almas con la gracia de Dios. Si predican sobre el Infierno con fe, la gente creerá en el Infierno. San Pablo dijo a sus discípulos: “Prediquen con convicción”. Solo pronunciar o leer una homilía en una iglesia no es predicar. La predicación debe buscar mover las voluntades; la predicación debe motivar a los hombres a cambiar sus vidas para salvar sus almas del Infierno.
La Deserción Sacerdotal
Hay cuatro razones principales por las que 75 mil sacerdotes han abandonado el sacerdocio: 1) Porque se han negado a orar cada día. 2) Porque no evitaron las ocasiones de pecado y olvidaron que la prudencia es la ciencia de los santos. 3) Porque no tuvieron la humildad y el valor para hacer confesiones santas y completas. Jesús dijo: “Sin Mí, nada pueden realizar.” 4) Porque vivían en pecado mortal y continuaban celebrando. Si un sacerdote está en estado de pecado mortal y celebra la Santa Misa, es una Misa sacrílega para él. Cuando recibe la Comunión en este estado, realiza una Comunión sacrílega. Entonces, ¿cómo puede un sacerdote en estado de pecado mortal predicar bajo la inspiración y la fuerza del Espíritu Santo? ¿Cómo puede predicar si está endemoniado? Sacerdotes, vayan y hagan una santa confesión y se volverán en excelentes predicadores. El Espíritu Santo les hablará a ustedes y por medio de ustedes, y salvarán a miles de almas de ir al Infierno. Un día, el Santo Cura de Ars recibió la visita de un joven sacerdote de una parroquia cercana. Este sacerdote tenía gran interés de conocer personalmente al Cura de Ars. Después del almuerzo, el Cura de Ars le dijo: “¿Serías tan amable de escuchar mi confesión?” El joven sacerdote por poco se cae de su silla ante la súplica del Cura de Ars de escuchar la confesión de este admirable sacerdote con fama de santidad. ¡Los Santos se confiesan! Y los que se confiesan se vuelven Santos.
Finalmente, Nuestra Señora de Fátima dijo: “Oren, oren mucho y hagan muchos sacrificios porque muchas almas se van al Infierno porque no hay quien ore ni se sacrifique por ellas”. Oremos continua y diariamente la oración que Ella nos enseñó: “Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del Infierno, lleva al Cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de Tu misericordia”.
Padre Marcel Nault.
(El 30 de marzo de 1997, domingo de Pascua, a las 12:00 del mediodía, el Padre Marcel Nault fue llamado de esta vida terrenal a la presencia de Dios a quien él amó y sirvió con profunda devoción. Nació el 3 de marzo de 1927 en Montreal, Québec, Canadá y su vocación fue relativamente tardía. Se ordenó como sacerdote diocesano el 4 de marzo de 1962, un día después de su 35 cumpleaños)

No hay comentarios:

Publicar un comentario